Capítulo 3: La fuente de toda bendición

Christian Faith International Ministries

 

CAMBIEMOS LAS MALDICIONES A BENDICIONES

CARL L. FOX

 

Capítulo 3

La fuente de toda bendición

Todas las bendiciones vienen del Señor Dios. ¿Acaso has oído al diablo alguna vez bendecirte? ¡Jamás! ¿Puedes imaginarte que satanás quiera algo bueno para ti? Si acaso te dijera algo así, tenlo por seguro que sería una mentira. Estaría intentando engañarte para que creyeras que sólo desea lo mejor para ti, y para que después cayeras en su trampa. El Señor es la fuente de toda bendición y cuando Él te bendice, estás enriquecido ¡y no hay tristeza! Lo que Dios quiere para todos nosotros es la felicidad, la salud y la prosperidad.

(3 Juan 1:2) Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas, y que tengas salud, así como prospera tu alma (está en prosperidad).

Hay un tremendo relato en la Biblia que habla de un hombre que vivió hace unos cuatro mil años en la tierra donde hoy en día está Irak. Este hombre conocía muy bien al Señor y gracias a eso, tú y yo hemos recibido grandes bendiciones por parte del Señor.

(Génesis 12-1-4) Pero el Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu naturaleza, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te mostraré.

Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.

Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.

Y se fue Abram, como Jehová le dijo; y fue con él Lot; y era Abram de edad de setenta y cinco años cuando salió de Harán.

¿Leíste eso? ¡Serán benditas todas las familias de la tierra! ¡Somos nosotros! Todos somos descendientes de Abraham, si tenemos fe. Es nuestro padre en la fe y gracias a eso, el Señor nos bendecirá. Esta es una declaración profunda y verdadera: “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré…” Nuestro modelo fue Abraham, porque obedeció la palabra del Señor y si nosotros lo obedeciéramos, también disfrutaríamos de esta promesa. ¡La obediencia es la clave y por ella recibimos bendición!

Somos, por fe, los descendientes de Abraham y es muy importante que nos demos cuenta que no tenemos que luchar contra la gente. A los que quieren ser agresivos conmigo, les digo: “Si me bendices, bendito eres, y te quiero aunque me maldigas—pero igual vas a ser maldecido— ¿sabes por qué? Porque Abraham es mi padre en la fe y esta bendición la he heredado yo también.”

Esta verdad implica un cambio muy radical para nuestras vidas, porque ya no tenemos que seguir ocupándonos de la venganza, de la revancha. Ya no tenemos que pelear en la batalla. Antes de tomar la decisión de seguir al Señor Jesucristo, yo era el tipo de hombre que salía para vengarme. Mi estilo era “¡Mía es la venganza, dice Carl!” No me importaba un comino tirar a un hombre del carro viajando a 120 kilómetros por hora en la carretera. ¡Yo era así! Pero ahora, de todo corazón creo que “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Y ahora, mi oración es que la venganza del Señor sea que la persona se arrepienta y se una a la familia del Señor. Mi deber es amar, y no es responsabilidad mía odiar.

Por ejemplo, una vez oré por una mujer que tenía un tumor en el cerebro. Los doctores iban a quitárselo dos días más tarde, pero el Señor se lo quitó primero. Cuando el Señor Jesucristo la sanó del tumor y ella les contó a las personas de su denominación religiosa, le respondieron, “¡Ese hombre sana con el poder del diablo!” Yo estaba tan enojado que me refugié en el desierto y empecé a gritarle al Señor acerca de lo que había pasado. ¿Sabes lo que me dijo Jesucristo? Me dijo: “¡Hubieras escuchado todas las cosas que decían de mí los líderes religiosos!” Entonces, ¿qué iba a hacer? No me quedó más que arrepentirme y pedir disculpas del Señor, siendo sólo hasta entonces que pude orar por esas personas.

Es fantástico saber que el Señor tiene todo bajo su control. No tienes que irte a la tabla de guija o a la bola de cristal para entender tu situación. ¡En la Biblia está escrito en blanco y negro! Por medio de nuestro padre de fe, Abraham, tú tienes la posibilidad de ser bendecido—yo sé que si bendices a alguien y si obedeces al Señor, serás bendecido. Y cuando otros te bendigan, también serán bendecidos. Estas son normas establecidas por el Señor desde el principio, y todavía se aplican en la época de gracia en que estamos hoy.

¿Fue desobediente Abram cuando el Señor le dijo que se largara de su tierra? ¿Le habrá dicho al Señor, “No tengo ganas de salir; mis parientes están todos por acá y aquí me quedaré— ¡No me molestes!”? No. Salió de Harán como el Señor le dijo, a pesar de que ya tenía setenta y cinco años cuando salió de su casa y su familia. Este es un ejemplo muy claro de cómo el Señor bendice a los que obedecen su guía. Aun cuando la orden no tenga sentido aparente, cuando obedeces, eres bendecido. ¿Por qué no dejas que Él te muestre la validez de su Palabra? ¿Qué tal si simplemente obedeces lo que te ordenó? A veces las personas que conocen toda la teología y las doctrinas religiosas no tienen la menor idea de cómo obedecer. El primer pecado que se cometió en el huerto del Edén tuvo que ver con el conocimiento, dentro del cual calza también la ciencia del bien—no sólo del mal.

 

LAS BENDICIONES PROVIENEN DE DIOS POR MEDIO DE LA OBEDIENCIA

Al Señor le encanta bendecirnos cuando no le retenemos nada de lo que nos haya pedido. Abraham no sólo obedeció al Señor hasta el último detalle, sino tampoco se negó a sacrificarle su único hijo, al cual había esperado tantos años. Tenía cien años y su esposa tenía noventa, sin que ella hubiera podido quedar embarazada. Entonces, cuando finalmente tuvo en su seno al hijo prometido de quien el Señor le había hablado, el Señor cambió de idea y le pidió a Abraham que le devolviera su hijo— ¡como sacrificio en un altar! No sé si yo hubiera podido hacer eso. Quizás ya conoces la historia, pero así que estaba listo para matar a su hijo sobre un montón de piedras, un ángel del Señor lo llamó del cielo y lo detuvo.

Abraham cambió todo en nuestras vidas—fue un modelo del Señor y su hijo fue un ejemplo de Jesucristo.

(Génesis 22:15-18) Y llamó el ángel del Señor a Abraham la segunda vez desde el cielo, y dijo: Por mí mismo he jurado, dijo el Señor, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único; bendiciendo te bendeciré, y multiplicando, multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditos todos los gentiles de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.

No dice nada acerca de guerras, ¿verdad? ¡Es algo increíble! Dice que poseeremos las puertas de nuestros enemigos. ¿Sabes como pasa esto? Por medio de la obediencia, exactamente como en el caso de Abraham.

La obediencia es una clave muy importante para evitar que caigan sobre uno las maldiciones. Si el Señor nos pide hacer algo, ¿quién nos creemos para que nos sentemos a esperar que Él nos convenza a hacerlo? ¿Cuántas veces no esperamos hasta que nos parezca un mejor momento? Eso no lo hizo Abraham. Isaac no tenía doce o trece años en esa época. Yo creo que debió haber tenido unos treinta años de edad, lo que significaba que Abraham tendría ciento treinta años. Isaac le podría haber dicho a su padre, “Oye, viejo, has tenido tu vida— ¡Vamos a asarte a ti!” pero también conocía el poder de la obediencia, como su padre lo había experimentado. Ya sabía que si obedeciera al Señor todo andaría bien, porque sabía que el Señor no mentía cuando prometía algo. Si hubiera muerto Isaac en el altar, en ese fuego de sacrificio, no se habría cumplido la promesa. Es así que debemos obedecer al Señor. Si Dios lo dijo, es porque era en serio el asunto, ¡aunque a uno le pareciera imposible! Viajaron por tres días y Abraham ni siquiera cargó nada para sacrificar.

¡Apuesto que Abraham tenía algunas dudas! ¿Y no piensas que después de una hora de viajar, Isaac se habrá estado cuestionando las cosas, después de hacer inventario de lo que habían cargado en su Toyota? “¡Espera, papá! ¡No tenemos un cordero!” Cuando nos proponemos creer en el Señor, podremos vencer toda duda. ¡No tenemos que saber cómo es que Él lo hará! Si tratamos de adivinar cómo se las va a arreglar el Señor, ¡eso es exactamente como no lo lograremos! Hay que poner a un lado la duda, cumpliendo con lo que el Señor nos pide, y los resultados seguirán.

El Señor me llama a situaciones en que no tengo ninguna idea de los resultados. Sólo trato de serle obediente a Él, como en el caso de una chica que había buscado liberación por diez años. Tenía tantos demonios en su vida, y era una tragedia para su familia porque su papá era un pastor. Cuando empezó a recibir libertad de los demonios, lo que ocurrió fue increíble. Alrededor de nosotros había gente mirando y orando, y les pedí que cantaran alabanzas al Señor. Bueno, al diablo no le gusta eso, ¡pero al Señor si! Es más, la alabanza atrae a los ángeles y necesitábamos ayuda. Entonces, satanás me dijo claramente (casi nunca me habla), “Mira a estas personas. ¡Piensan que de veras tú sabes lo que estás haciendo!” Le dije, “No, pero ¡yo sé quién es El que sí sabe!” Esa es la clave. La chica fue liberada y hasta la fecha sigue libre, con la bendición agregada de que la iglesia cambió por lo que pasó ese día en la vida de ella. No fueron las alabanzas que liberaron a la chica; fue más bien la obediencia a la revelación del Señor.

En el corazón del Señor está que todos seamos salvos y lleguemos a conocerlo a Él. Incluso, es una bendición grande que Él desea para toda la humanidad, y no tenemos que perdernos en una discusión teológica difícil de lo que es la voluntad del Señor en este asunto. Si los cielos están como bronce, sé como derretirlos rápidamente— ¡con calor y con alabanzas! ¡Empieza a alabar al Señor, porque la adoración siempre es la voluntad del Señor!

La lección que aprendí sobre la adoración fue cuando llegué a orar por un hombre que tenía cáncer. Estaba postrado en cama, con muchísimo dolor y muy flaco por su enfermedad, mientras que su esposa andaba en la oficina a unas cuadras de la casa intentando mantener en pie el negocio. Entonces, sin pensar, entré a su habitación y le pregunté, “Hola amigo, ¿qué has hecho hoy?” Apenas le hice la pregunta, me di cuenta que había sido muy desconsiderado. Sin embargo, mientras le preguntaba, miré a sus ojos y vi a un hombre con tanta vida dentro de él. Me contestó, “¿Qué puede hacer un hombre en mi condición? ¡He estado alabando al Señor todo el día!” ¡Eso sí que es el sacrificio de alabanza!

Cuando alabamos sin cesar al Señor, estamos obedeciéndole. Son muchas las personas que pasan su tiempo en intercesión batallando mucho en lo espiritual, pero alabando muy poco al Señor. Si lo alabaran más, su lucha sería más eficaz, porque atraería a muchísimos ángeles en sus alrededores. ¿Es cierto que los ángeles “acampan alrededor de los que luchan las batallas espirituales”? No, eso no es lo que dice la Palabra; dice, “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, y los defiende” (Salmo 34:7). La lucha auténtica es temer al Señor, alabándolo y respetándolo. El es el General, el Sumo Comandante y su amor es más poderoso que una bomba nuclear. Su amor quita la envidia y los celos. Su amor perfecto echa fuera el temor. Esta es la bendición que el Señor nos ha llamado a impartir en el nombre de Jesucristo.

Con la obediencia se hace la guerra espiritual. Si el Señor te ordena hacer algo imposible, debes hacerlo, porque vas a experimentar un milagro. La obediencia presupone que hagamos todo esfuerzo por no pecar, pero los que dicen que no han pecado llaman al Señor un mentiroso. ¿Quieres presentarle eso al Señor en el Día del Juicio? La siguiente escritura es para los que ya hemos nacido de nuevo:

(1 Juan 1:9) Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.

La sangre de Jesucristo no es sólo para que nazcamos de nuevo, sino para que mantengamos nuestra convivencia con el Señor Todopoderoso, el Creador de los cielos y de la tierra, y para tener esa relación con el de padre e hijo. Él quiere ser un papi para nosotros. Quiere que seamos tan honestos que cuando pequemos, simplemente se le acerquemos y le digamos, “Papi, perdóname.”

Tenemos pecados que son habituales, pero a veces también hay maldiciones que nos hacen seguir pecando. En este caso podemos pedirle al Señor que nos dé la fuerza para no volver a hacerlo. Desgraciadamente, la religión tiende a justificar el pecado, diciendo, “¡Eso no es realmente un pecado! ¡Despiértate amigo, estamos en el siglo 21!” Pero al Señor no lo podemos engañar. ¿Qué haremos cuando el Señor nos diga, “Soy el Señor y no cambio”?

Tenemos que responsabilizarnos de nuestras propias vidas para ser bendecidos, para poder aprender a andar en el Espíritu Santo (que significa amar), y a mantener nuestra dependencia del Señor Jesucristo. Para mí, “Señor” significa “Jefe.” En Rumania la palabra “Señor” se traduce a “Chef,” que significa Jefe. ¡De hecho, Jesús es un buen jefe y nos ofrece un buen seguro de salud (3 Juan 2)! No tienes que preocuparte del seguro social, porque Él te da la vida eterna y no te va a internar en un destartalado asilo de ancianos. Nos está preparando mansiones y, por cierto, no es un carpintero judío—es constructor de mansiones y también de iglesias. Nos ha dicho, “Voy a prepararte un lugar.” Tenemos una abundancia de razones para servir al Señor; y muchos motivos de permitirle el señorío sobre nuestras vidas.

La verdad es que el libre albedrío no es hacer primero lo que nosotros queremos y luego ir lentamente cambiando de opinión. La libertad genuina consta de cumplir inmediatamente lo que dice la Biblia. Hemos sido comprados por la sangre de Jesucristo, ¡por cuanto le pertenecemos a Él y merecemos ser sus esclavos! Nos ama Él y nos cambia con su amor. El cristianismo no es nada difícil. Es como patinar sobre el hielo—una vez que sales al hielo y aprendes a patinar, ya no te cansas—se convierte en algo fácil. Así debe ser para nosotros el cristianismo. Simplemente nos movemos en armonía con el Señor y Él nos da la fuerza. También nos dará las respuestas, aun cuando no creamos que las necesitemos.

A Abraham le fue pedido sacrificar su hijo Isaac, y amaba tanto al Señor que estaba dispuesto a obedecer. El Señor nos bendecirá cuando obedecemos su Palabra.

(Génesis 22:18) En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.

Sin importar el color de la piel—porque está muerta la carne—las naciones de la tierra son bendecidas, porque somos los hijos de Dios por la fe. Somos parte de esta promesa. Las bendiciones del Señor son tan profundas que cuando obedecemos su Palabra, especialmente cuando representa algo que no queremos hacer, las bendiciones son mucho mayores.

Si queremos las bendiciones, tenemos que obedecer la voz del Señor. Si Él nos dice no hacer algo, ¡no debemos hacerlo! Si no podemos dejarnos de hacer algo, por ejemplo con una adicción, se lo decimos y nos va a dar la fuerza para dejarla. Si estamos haciendo lo que queremos, no podemos contar con las bendiciones del Señor. Seremos maldecidos todo el tiempo y no sólo eso, sino que en Deuteronomio se comprueba que una vida así hará caer las maldiciones a las generaciones que nos siguen. La Biblia dice que las maldiciones pasan a tus hijos para siempre.

(Deuteronomio 28:45-46) Y vendrán sobre ti todas estas maldiciones, y te perseguirán y te alcanzarán hasta que perezcas; por cuanto no habrás atendido a la voz de Jehová tú el Señor, para guardar sus mandamientos y sus estatutos, que Él te mandó; y serán en ti por señal y por maravilla, y en tu descendencia para siempre.

En contraste, el Señor es la fuente de todas las bendiciones y a medida que obedezcamos su Palabra, todas las bendiciones nos alcanzarán.

(Deuteronomio 28:2) Y vendrán sobre ti todas estas bendiciones, y te alcanzarán, si oyeres la voz de Jehová tu Dios.

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