Capítulo 1: Consecuencias inesperadas

Christian Faith International Ministries

 

CAMBIEMOS LAS MALDICIONES A BENDICIONES

CARL L. FOX

 

Capítulo 1

Consecuencias inesperadas

“¿Te acuerdas de ese hombre?” preguntaron algunos pastores que se me acercaron después de una reunión celebrada en un edificio universitario en Ucrania, hace unos años. Señalaron dentro del grupo a un hombre que no dejaba de sonreír de oreja a oreja y de saludarme con la mano. Pero no me acordaba de haberlo visto jamás.

Era una noche fría del otoño y me encontraba en la parte occidental del país, acompañando a un pastor norteamericano que enseñaba un curso en un instituto bíblico. En esos días en Ucrania, nadie sonreía ni mucho menos saludarle a uno con la mano—todavía se palpaba muchísima opresión, a pesar de que ya se había derrumbado la Cortina de Hierro. ¿De qué se podría uno alegrar en este lugar tan devastado donde morían muchas personas cada invierno gracias al frío y al hambre? ¡No era un lugar de risas ni de esperanza! Tras de que las plantas de calefacción mantenidas por el gobierno estaban en malas condiciones, y para peores, los Comunistas que habían mantenido en esclavitud a este país desde 1922, se habían llevado todos los repuestos cuando salieron del poder en la década de los ochenta. Como resultado, cada invierno perecían los niños más pequeños, la gente muy anciana y los enfermos.

Por eso me pareció raro ver en aquel ambiente a un hombre feliz y sonriente. Los que me pidieron que identificara al tipo tan feliz, continuaron diciéndome que éste era el que me habían traído para que yo orara por él esa noche.

Era muy poca la gente extranjera que viajaba a esta parte de Ucrania, porque era demasiado difícil entrar a la zona y, encima, una vez adentro no había garantía de que se pudiera salir. Aquí existía una ciudad secreta donde entrenaban a espías rusos durante la Guerra Fría, preparándolos para sus asignaciones en el Occidente. Por eso los intérpretes contratados para ayudarnos eran ateos y comunistas fanáticos que antes les habían enseñado inglés a los espías rusos. Entonces, el ministro cristiano a quien le tocaba supervisar el trabajo de interpretación durante la clase se vio obligado a vigilar a los intérpretes con mucho cuidado. Lo bueno es que en el proceso de ayudarnos con las traducciones, ellos aceptaban a Jesucristo como su Señor y ¡empezaban a mostrar el fruto del Santo Espíritu que había cambiado sus corazones y sus vidas!

Actualmente, la Mafia rusa tiene tanto control que la situación es mala y los cristianos todavía están sufriendo mucho. Esta región es tan diferente a la mayoría de los países de Europa oriental, porque Ucrania cayó bajo el yugo del comunismo mucho antes que éstos, en 1922 y no en los años cuarenta, como sucedió con el resto de los países de la Europa oriental. Inmediatamente al terminar la Primera Guerra Mundial, Rusia los dominó, haciéndolos perder su identidad.

Apenas se apoderó Rusia de Ucrania, lo primero que hizo fue hacer ilegal hablar en ucranio y declarar que era un crimen tan siquiera pronunciar el nombre de Jesucristo. El que usara ese nombre era asesinado. A las iglesias las obligaban a apoyar los programas de propaganda comunista celebrados durante todo el día, por lo que sólo podían realizar servicios cristianos después de las 8 de la noche, solamente en ruso, sin la asistencia de jóvenes, y sin mencionar a Jesucristo.

En el patio de atrás de todas las iglesias, hasta de la ortodoxa, había sepulcros bien mantenidos donde yacían los mártires que se habían negado a dejar de mencionar el nombre de Jesucristo. En los Estados Unidos somos muy afortunados de poder mencionar a Jesucristo, pero desafortunadamente, aquí a veces es más corriente escuchar Su nombre tomado en vano o difamándolo. En contraste, en el oeste de Ucrania donde la mayoría jamás ha escuchado el nombre de Jesucristo, ni siquiera lo usan como grosería. Entonces, ¿cómo empiezas en un lugar como éste a alcanzar a personas con el nombre de Jesucristo y el amor de Dios? Simplemente tuvimos que confiar en el Señor para que nos diera los medios para hacerlo.

En el salón grande donde nos reuníamos de noche para hablarles de Jesucristo y de Dios, yo solía pararme atrás y me ofrecía a orar por sanidad y liberación de cualquiera que estuviera enfermo—algo jamás visto por estos ucranianos. La primera noche que lo hicimos, no pasó mucho; pero apenas habían recibido sanidad y liberación unos cuantos, empezaron a traer a otros para que también oráramos por ellos. Ya ellos reconocían el poder espiritual, a pesar de que nunca habían escuchado el nombre de Jesucristo, por haber estado setenta años en cautiverio al ateísmo, y por su larga experiencia con la hechicería. Me di cuenta de que la brujería era el poder espiritual más fuerte allí, por medio del hombre que me habían traído la noche anterior y que había sido maldecido profesionalmente por unos brujos. Sospecho que él pensó que para quitarse las maldiciones tendría que ir donde un vidente, ¡cosa que más bien le agravó sus problemas!

Toda la villa sabía que el hombre, a quien llamaré Slava, estaba maldecido, porque reconocían aquel poder espiritual. Nadie hacía negocios con él, dejándolo sin ingresos. Su suegra se enfermó con un virus y se estaba muriendo de deshidratación, mientras que su madre tuvo un derrame y quedó paralizada. La familia entera vivía en una casa de un solo cuarto, y estaban sin comida y sin dinero. Y, para colmo de males, se les cayó una parte del techo de la casa. Cuando me trajeron a Slava para orar por él, sin titubear le quité las maldiciones en el nombre de Jesucristo, porque estaba confiado de que esto era lo que Dios me había dicho que hiciera. Luego oré por la siguiente persona y por muchas más, olvidándome completamente del hombre maldecido.

A la noche siguiente cuando llegó al culto, la gente me explicó por medio de nuestro intérprete lo que había pasado. Yo le había pedido a Dios que le quitara las maldiciones. Luego él regresó a su casa para encontrar a su suegra—la que se moría de un virus y no podía comer— ¡preparando sopa de repollo! Se sentía re-bien, nada más que tenía hambre. Se acostaron muy tarde esa noche porque hubo gran regocijo en su casa. Al día siguiente cuando se levantaron, encontraron a su madre, quien tenía meses de estar paralizada, ¡sentada en el borde de la cama balanceándose!

Tenían muchísimo tiempo de no sentir tanta alegría tanto y, a la verdad, no había ningún motivo de apurarse para abrir la tienda, porque de por sí nadie hacía negocios con él. Le dieron las dos de la tarde antes de irse para la tienda y, cuando llegó, ¡estaba la gente haciendo fila a lo largo de la calle en espera de su llegada! Lo extraño era que nadie sabía que las cosas habían cambiado en su casa. ¡Fue un gran cambio drástico en sus vidas!

Cuando me contaron lo que le había pasado a este hombre, me propuse, “Tengo que aprender acerca de esto,” pero estábamos tan ocupados que no volví a pensar en él ¡lo que fue un grave error! Jamás me imaginaba que sufriría consecuencias como resultado de mi falta de conocimiento acerca de lo poderosas que son las maldiciones. Como ésta era idea nueva para mí, Dios se estaba aprovechando del incidente con el hombre para enseñarme. Resultó ser una lección muy dura, porque sin pensar gran cosa, yo había alborotado a los demonios en los brujos que habían maldecido al hombre.

Sépanlo que el mero hecho de no estar consciente de algo no significa que no pueda pasar. Puedes decir, “Bueno, no me dolerá si me bajo de este edificio (como quien se baja de un bus!).” Pero al pegar con tierra, siempre te va a doler, aunque no sepas nada acerca del principio de la gravedad— ¡si es que logras sobrevivir la caída!

Las consecuencias comenzaron cuando todavía estábamos en Ucrania. Tuvimos un encuentro con el ejército ucraniano, “los coroneles,” y nos costó mucho salir del país. En ese momento no se nos había ocurrido que algo serio nos estaba pasando, mucho menos que alguien nos había maldecido. Estuve horas detenido en tierra de nadie entre las fronteras de Hungría y Ucrania. (Casi siempre estos países tienen zonas fronterizas deshabitadas de unos cien metros de ancho.) Era un día de frío glacial como del polo norte, agravado por el hecho de andar sólo ropa liviana, sin tener dónde buscar refugio y calor. Habíamos regalado la mayor parte de nuestra ropa a la gente del curso, pensando que estaríamos bien de regreso a casa, porque el clima había sido más agradable en Ucrania. Pero al regresar a Budapest, Hungría, nos encontramos con que hacía mucho frío.

De vuelta al este de los Estados Unidos empezaron a suceder cosas aun más extrañas. No había podido dormir en cuatro días— ¡no sé por qué! Mi esposa me estaba esperando en el sureste y nos quedaba todavía atravesar en auto todo el país hasta el suroeste, a Nuevo México, que quedaba a más de tres mil kilómetros. Entonces le dije, “Mejor nos vamos a casa de una vez, porque no puedo dormir.” Partimos de allí y mientras viajábamos por la carretera interestatal 20, nos cayó un aguacero tan fuerte que no podíamos ver el camino por delante, ¡cuando en eso se poncharon las dos llantas de atrás! No hubo nada que pudiéramos hacer—pues nadie quiso parar y auxiliarnos. Finalmente, después tres horas más o menos de estar sentados en el vehículo varado, todavía sin poder dormir, empecé a manejar y oré, “Dios, ¡por favor proteja la montura de nuestras llantas!” Entonces, manejamos muy lentamente a cuatro o cinco kilómetros por hora, hasta que alcanzáramos la siguiente salida de la autopista. Cuando entramos al poblado, encontramos un taller, pero la gente no nos quiso ayudar. ¡No miento, esto nos pasó! Ya para esto me sentía confundido, y cuestionando el por qué de todo esto.

Ya era la medianoche y estábamos debatiendo si irnos o no de esa gasolinera, cuando me acordé que teníamos una tarjeta de club de auto. Inmediatamente los llamé, y vinieron para ayudarnos. Nos remolcaron por unos treinta y cinco kilómetros hasta un negocio de venta de llantas, donde nos dejaron al puro frente de las puertas de un taller. Tuvimos que esperar allí en el auto por unas horas hasta que llegaran los trabajadores. ¡Qué poco amables resultaron! Sin embargo, nos vendieron dos llantas nuevas y eventualmente llegamos bien a casa.

A nuestra llegada a Albuquerque, descubrí que el comercio de mi empresa hacía muchos días se había acabado por completo. Simplemente, se detuvo todo. ¡Todo! Me enteré de que unas personas, las cuales nos habían tenido mucho cariño antes, ahora estaban tratándonos maliciosamente. Los que habían prometido ayudarnos con los gastos del viaje, no nos pagaron, por lo que estábamos muy endeudados. Ayuné y oré hasta que recibiera una palabra del Señor, y fue una sola: “maldición.” Agarré el teléfono para llamar a un amigo y lo primero que me preguntó fue: “¿Estuviste en contacto con brujos en Rusia?” Le dije, “¡No, no me comuniqué con brujos! ¡Y estuve en Ucrania, no en Rusia!” En eso me acordé del incidente con el hombre maldecido.

Mi amigo se fue conmigo a unas dunas de arena cerca de Albuquerque para orar sobre el asunto. Al llegar allá nos sentimos transportados a otro mundo, pues ¡la vista desde esos cerros de arena en el desierto alto es absolutamente maravillosa! Podíamos ver las cordilleras en toda dirección, algunas hasta de 165 kilómetros de distancia. Y mientras orábamos, palpábamos muy fuertemente la presencia de Dios. Podíamos ver el vaivén de las tormentas en nuestros alrededores, en esta increíble hermosura que era uno de mis lugares favoritos para pasar tiempo con el Señor. Me encantaba estar viendo soplar la arena como la nieve durante las dos o tres horas que alababa al Señor y le dirigía mis plegarias.

Apenas regresamos a casa sonó el teléfono— ¡y otra vez marchaban adelante mis negocios! En las dunas había pedido, en el nombre del Señor Jesucristo, que Dios me quitara todas las maldiciones que me habían impuesto y le di las gracias por bendecirnos aun en nuestros sufrimientos y en el fracaso de nuestra empresa. Estaban rotas las maldiciones, regresó a la normalidad el comercio y seguimos pidiéndole a Dios que todo funcionara bien. De nuevo empezamos a recibir las bendiciones en lugar de ser maldecidos.

A raíz de este incidente empecé a buscar a Dios para entender las maldiciones y cómo pueden ser anuladas. Jamás se me hubiera ocurrido que viajaría alrededor del mundo enseñando acerca de este tema. Más de doscientas veces lo he enseñado como una clase que se llama Convirtiendo las maldiciones en bendiciones, y para eso he viajado en tres continentes distintos. Por la gracia de Dios, miles de personas han sido sanadas de enfermedades y de malas condiciones de salud. Muchos han sido liberados de opresión. Hay ciegos que ahora pueden ver y personas sordas que ahora pueden oír. Hay gente que ha sido sanada de problemas de la espalda, del corazón, y de problemas emocionales y económicos. Unos han tenido maldiciones generacionales en su matrimonio, según nos las mostró Dios, y las rompimos en el nombre de Jesucristo. Más tarde estas mismas personas nos han dicho cosas como, “¡Lo que dijiste es la verdad! ¡Soy de una tercera generación de divorciados!” Todos estos milagros han ocurrido como resultado de descubrir las maldiciones y de reemplazarlas con las bendiciones de Dios.

Déjame hablarte claramente. Todo esto me ha pasado, no porque sea una persona tan maravillosa, sino porque he estado dispuesto a hacer cualquier cosa que Dios me pidiera. Soy un hombre corriente (y, por cierto, no muy bueno), pero ¡Dios es extraordinario y asombroso! Las visiones que me ha dado y las cosas que Él me ha enseñando han enriquecido mi vida de manera tremenda. En mi vida he tenido que aguantar muchos asuntos, pero ahora sé cómo manejarlos.

Ahora, al entender cómo pueden ser resueltos, ha sido destituida la autoridad que antes tenía satanás sobre mí. Quiero recalcar otra vez que esto no tiene nada que ver con ser una persona especial. Toda la gloria le pertenece a Dios por cualquier evento en que alguien haya sido sanado o liberado. La promesa de Dios es: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré. Si me amáis, guardad mis mandamientos” (San Juan 14­­:13-15).

Déjame contarte un poco de los antecedentes de mi vida. De niño solía hablarle a Dios y le escuchaba, cantando, y hablándole mientras recorría las veredas que usaban los venados en el norte de Minnesota (Estados Unidos). Mi comunicación con Dios fue buena, hasta que hubo unos incidentes en la iglesia que me impulsaron a rebelarme contra Él. Lo cierto es que yo pensaba que la iglesia representaba a Dios. Con el pasar del tiempo, me acerqué al Señor y empecé a hacer algunas preguntas muy penetrantes—del tipo que ponen nerviosos a algunos cuando son niños persistentes y honestos los que las hacen. Al poco tiempo me rechazó la iglesia y, al hacerlo, me hicieron sentir como que Dios me hubiera rechazado, por cuanto la culpa se la eché a Él. De ahí en adelante decidí no tener nada más que ver con las cosas de Dios. Me entró una ira muy intensa y me rebelé. Tenía de dónde sacar estas actitudes pues muchas maldiciones con raíces muy profundas habían surgido por la sangre de mis antepasados— ¡desde tan lejos como Irlanda! Una maldición de ira a todos nos afectó mucho después de que salió mi familia entera de esa iglesia.

Anteriormente yo había tenido buenas relaciones con los miembros de mi familia, pero algo pasó que nos impulsó a separarnos uno del otro. Después de eso, las relaciones familiares empeoraron. En esa misma época mi tío y mi papá se pelearon violentamente y nunca más volvimos a ver a mi tío— ¡jamás! Entre mi hermano y yo no hubo ningún contacto por veinticinco años. Pero muchos años después, cuando entendí cómo funcionan las maldiciones contra nuestra familia, hablé con él y oramos. ¡Nos convertimos en los mejores amigos después de tanto tiempo! ¡Estas maldiciones son reales! Y se dan en todo el mundo, ¡no sólo con los irlandeses!

Por haber dejado de asistir a la iglesia, no buscaba a Dios para obtener respuestas a la vida, que se convirtió en algo muy difícil para mí. De adolescente rebelde trabajé como peón en la granja de mi padre, pero salí de allí cuando tenía diecisiete años para forjar mi propio camino en la vida. Trabajé en todo tipo de empleo hasta que al fin empecé a trabajar como vendedor de seguros de vida, lo que me trajo mucho éxito. Además de ganar mucho dinero así, logré montar mi propia oficina de seguros y sacar provecho de otros negocios que comencé. El mundo lo tenía a mis pies, o ¡por lo menos así lo pensaba!

Desde haber sido rechazado por la iglesia, siempre hubo una vena de ira, odio y violencia que fluían debajo de la superficie en todas mis acciones. Nunca había paz en mi corazón. Siempre estaba a la ofensiva y en mis relaciones personales experimentaba mucho rechazo. La maldición de ira que tenía tampoco me ayudaba mucho, pues se hicieron muy comunes en mi vida las broncas en los bares, las peleas, las reacciones furibundas y las venganzas. Yo era suficientemente listo para mantener buenas relaciones por el bien de los negocios, pero era siempre inquieto, siempre buscando el próximo reto; nunca satisfecho con nada ni con nadie.

No fue sino hasta que tenía unos treinta años de edad que al fin volví a hacer las paces con Dios. Fue entonces que decidí servirlo y hacer lo que me dijera, sin importar lo que me costara. Este fue un nuevo amanecer en mi vida, un tiempo de nuevos retos y de cosas nuevas que me pasaban. No puedo ni empezar a contarte de todas las veces que me protegía Dios, momentos en que yo estaba convencido de que habían ángeles cuidándome. Viví en muchos lugares, conocí a mucha gente y les hablé de la misericordia de Dios para ellos, y en esa época también conocí a mi linda esposa, Sheila. Vivíamos en Albuquerque, Nuevo México, cuando finalmente comencé a entender por primera vez todas esas cosas inexplicables de mi vida y de las vidas de los demás.

 

EXPLICANDO LO INEXPLICABLE

Hay tantas preguntas que nos hacemos, como ¿por qué siempre están peleando los irlandeses? ¿Por qué hay tantos pobres en algunos países? ¿Siempre tienen que vagabundear los gitanos? ¿Por qué no se pueden llevar bien los israelitas y los árabes cuando ambos son descendientes del Padre Abraham? ¿Por qué algunas personas se enferman y los doctores nunca pueden hacer nada para sanarles? ¿Qué significa cuando algunos países del mundo no pueden evitar sus revoluciones y vivir en paz?

He descubierto que cuando le hacemos preguntas a Dios, siempre Él nos contesta para que podamos aprender a vivir una vida llena de bendiciones, en vez de tener una vida atormentada y maldecida. Hay muchas preguntas en nuestras vidas que no nos parecen tener respuesta, y siempre hay quienes nos dicen convenientemente, “Van a tener que esperar hasta que lleguen al cielo para que Dios pueda dárselas.”

¡Te digo que yo sí le he hecho muchísimas preguntas! Ahora, te voy a preguntar a ti: ¿sabías que Dios maldice a la gente? ¿Sabes que muchas veces te maldices tú mismo y no te das cuenta? ¿Qué tal de toda la gente que te maldice y ni si quiera se da cuenta de lo malo que hace? ¿Sabes algo acerca de las maldiciones profesionales? ¿Alguna vez has visto a un hombre de Dios maldecir a alguien, y peor, en el nombre de Dios? ¡Las maldiciones son poderosas y nadie las quiere en su vida!

He visto cómo funcionan las maldiciones en culturas diferentes con distintas personas. Hay en algunas razas algo de su cultura o historia que causa maldiciones. Un día, aquí en los Estados Unidos, un indio apache de Nuevo México vino a mi casa. Estaba borracho y disgustado por lo que los hombres blancos le habían hecho a los indígenas, en cuenta pasarles el vicio del alcohol. Entonces yo le dije, —Me pregunto ¿quién causó la maldición más grande, nosotros los blancos, o ustedes los indígenas?”

Me preguntó, — ¿qué quieres decir con eso?

Le dije, —Bueno, los hombres blancos tampoco sabían nada acerca del fumar tabaco—hasta que empezaron a relacionarse con los americanos indígenas. Me pregunto, entonces, ¿cuál es el problema más grave: el alcohol o el tabaco?

Se enojó mucho conmigo y me dijo que no era cierto. Entonces, le pregunté, — ¿Me estás diciendo mentiroso en mi propia casa?

Replicó él, —No, pero no es la verdad.

Le respondí, —Bueno, estás borracho y no te estás portando muy educado, así que, sal de aquí. ¡Sal de aquí! (El hombre estaba agresivo.)

La próxima semana, regresó a mi casa y me dijo, —Predicador, tengo que decirte algo, lo siento.

— ¿Algo de qué?— le pregunté.

Respondió, —Porque me dijiste la verdad y te llamé un mentiroso.

Lo interesante de este incidente es que nos hicimos amigos. Descubrí que era un hechicero y con el tiempo, hablé con él acerca de Jesucristo y lo confesó como su Señor, renunciando a practicar la brujería. Durante este tiempo nació a la familia de Dios, fue liberado del poder del mal y fue sanado en su cuerpo. ¡Hasta me trajo varios de sus amigos para que también pudieran oír toda la verdad!

Pero apenas volvió a tomar alcohol, regresó a nuestra casa borracha y otra vez agresivo. Le dije que se tenía que ir hasta que estuviera sobrio. Al día siguiente, encontramos plumas en todas partes de nuestra propiedad a la manera de la brujería de los americanos indígenas. Nos había maldecido porque no conocía nada más. Era simplemente su manera de confrontar las situaciones en su vida.

¿Te has preguntado alguna vez por qué, a través de su historia, los pueblos indígenas de las Américas no pueden aguantar el licor tanto como lo pueden tolerar el hombre blanco? Muchos indígenas se convierten en alcohólicos y con muy poco se emborrachan. Yo creo que la maldición está en su sangre—y digo esto con todo respeto, porque tengo amigos muy queridos que son indígenas americanos.

También hay ciertas cosas que son únicas en los rusos, en los alemanes y en otros grupos blancos. Aquí en los Estados Unidos, el pueblo tiende a clasificar junta a toda la gente blanca, pero la verdad es que hay distintas razas blancas. Estas razas vienen de diferentes partes de Europa y a menudo encuentras que tienen maldiciones diferentes. A algunas personas no les gustaría llamarlas maldiciones, ¡pero es la verdad!

Cuando veo las maldiciones que llegaron a esta tierra por medio de la esclavitud de los negros, me doy cuenta que causaron una guerra de la cual todavía no nos hemos recuperado en algunas partes del país. Creo que la amargura todavía existe aquí. Por otro lado, muchos negros tampoco han recibido su libertad. Esta esclavización, en que los mismos negros del África vendieron en esclavitud a sus hermanos, tuvo la consecuencia de traer muchas maldiciones, tanto al África como a los Estados Unidos. Hoy en día lo vemos en las pandillas en las calles de los Estados Unidos.

Pero, ¿qué piensas acerca de lo bueno de la vida? ¿Nunca has deseado que algo vaya bien para ti? ¿Cuántas veces has querido tener buenas relaciones con otras personas y algo siempre pasa para impedirlo? ¿Has leído libros que tratan de lo malo que le sucede a los buenos? ¿Te gustaría leer un libro que se trata de lo bueno que podría pasar en las vidas de las personas malas? Dios quiere convertir en bueno lo malo en mi vida, y quiere hacerlo también en la tuya.

Mi historia es solo un ejemplo para ayudarte a ti, el lector, a entender que soy exactamente como tú—probablemente peor—y Dios me ha usado, y me sigue usando para ayudar a la gente a salir de las condiciones incontrolables de sus vidas. No hay manera que yo pudiera haber sido lo suficientemente bueno como para merecer Su favor. Si hay algo en este libro que te habla a ti o a tu situación, y que te ayuda a liberarte, toda la honra y todo el respeto y toda la gloria por eso pertenecen al Señor mi Dios y a Jesucristo. ¡Jesucristo es la única vía de rescate, la única salida para el hombre en su condición de pecado! Él es nuestra libertad y nuestra paz. Búscalo y lo encontrarás; pídeselo y recibirás; ábrete a Él y se comunicará contigo y tú con Él. Dios dice que si no pides, no recibes. Entonces, ¿cuál es el problema con pedir? ¡Ninguno! ¡Es fantástico, porque Él sí nos responde!

¡Este libro trata sobre convertir en bueno lo malo y muchas cosas más! Entonces, ponte tu cinturón de seguridad y ven conmigo. ¡Pido que jamás seas el mismo después de este viaje, y que camines en las bendiciones de Dios todos los días de tu vida!

Teaching and ministering faith, healing, deliverance and salvation around the world.