Christian Faith International Ministries
CAMBIEMOS LAS MALDICIONES A BENDICIONES
CARL L. FOX
Capítulo 12
Cristo llevó nuestras maldiciones
Al principio no le hice mucho caso al niñito de seis años de edad, porque estaba demasiado ocupado orando por la gente. Pero éste seguía saltando por todo lado, meneando sus bracitos y gritando a toda voz. Allí estábamos en Bucarest, Rumanía, en febrero de 1998, en una iglesia en donde yo acababa de dar una enseñanza a un grupo grande. Como acostumbro hacer después de cada enseñanza, me puse a orar por las personas, y el niño seguía acercándose con saltos y de brazos levantados, gritando “¡Aleluya!” y “¡Slava Domnului!”, que en rumano significa “¡Gloria a Dios!” De vez en cuando yo le sonreía y luego trataba de ignorarlo, pero no dejaba de saltar por todo lado, meneando los brazos y gritando a toda voz.
Al fin, alguien me contó que este niñito de seis años era uno por quien yo había orado hacía un año en mi visita anterior. Era mudo. En ese momento yo le había pedido al Señor que le quitara las maldiciones que tenía y que le diera bendiciones abundantes donde antes estaba la maldición. En el momento en que me di cuenta quién era el niño, fui yo el que empezó a gritar, “¡Aleluya! ¡Gloria a Dios!” Es algo muy especial ver a los niños que han sido liberados de una maldición, porque es tan obvio y tan claro. Los niños son generalmente tan espontáneos y expresivos que es fácil notar inmediatamente la diferencia.
Otro día estaba con los gitanos y una niñita de unos nueve o diez años se agarraba de mi brazo y seguía jalándome la camisa, agarrándome la mano y quedándose a la par mía. Trataba de decirme algo, pero no podía entender lo que ella decía porque estaba hablando en el idioma gitano. Más tarde me enteré que era una niña a quien le había quitado unas maldiciones. El Señor le había sanado el paladar hendido, o sea, una hendidura dentro de la parte superior de su boca. También le había sanado el labio que estaba terriblemente deformado, y eso era lo que me estaba tratando de decir. ¡Simplemente quería contarme de su sanidad y darme las gracias!
Al siguiente año cuando regresé a la iglesia donde ella asiste, la volví a ver. Allí estaba esta niña que había sido sanada de su paladar hendido y del labio deformado—estaba cantando de lo más bello, una de los miembros principales del equipo de música en la iglesia. Lo maravilloso de su canto es que anteriormente, ni se le entendía el habla porque los sonidos le subían por la nariz.
La manera en que funcionan las maldiciones en las vidas de la gente es muy real. ¿Cuál puede haber sido el gran pecado de un niño de seis años, para que haya tenido la maldición de un espíritu mudo? ¿Y crees que la niñita del hoyo en su paladar lo tenía así por algo malo que hizo? No, ella nació así. Aun los médicos reconocen que esa condición es de generaciones, o heredada. Pero en la misericordia de Dios, nos ha dado el camino de salida. Simplemente porque se herede algo no quiere decir que así tiene que ser el resto de tu vida.
Hay una pareja cristiana muy buena en Rumanía que, cuando los conocí, tenían dieciocho años de estar tratando de tener hijos. Todo mundo había orado por ellos, pero sin ningún resultado. Cuando en 1997 me pidieron que orara por ellos, conversé con el Señor y le pregunté que cómo tenía que orar por ellos. Entonces el Señor me dijo que quitara una maldición que había en sus vidas. Casi un año después me llegó la pareja cuando andaba allá en otro viaje misionero, y me pidieron que dedicara al Señor su bebé recién nacido. Ya tenían el hijo que tan desesperadamente deseaban. ¡Qué misericordia la de Dios! Me hace llorar de sólo pensar en lo amoroso que es nuestro Dios.
He insistido mucho en los asuntos que tienen que ver con maldiciones, porque nos hace reconocer que las maldiciones verdaderamente existen. Los problemas que causan son mucho más extensos de lo que habíamos entendido y queremos buscar la solución. La libertad completa está a tu alcance y al mío, debido a lo que hizo por nosotros el Señor Jesucristo. Por eso el versículo que sigue es uno de mis favoritos.
(Gálatas 3:13) Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito; Maldito todo el que es colgado en un madero).
Los romanos no recogieron el palo más bonito—uno barnizado y limpio en donde colgar a Jesucristo. Ese madero tenía gusanos que se comían la sangre podrida y vil de los hombres viles quienes ya habían muerto allí. Jesucristo tuvo que morir de la manera más maldita. En el cristianismo sabemos que la sangre de Jesucristo nos limpia de nuestro pecado. Sabemos que murió y resucitó. También entendemos que subió al cielo y ahora tenemos poder por su nombre. De lo que nos olvidamos es de la razón por la que él murió de esa manera tan horrible.
¿Alguna vez te has preguntado por qué fue colgado en un árbol, o poste, en vez de morir de alguna otra manera? Murió en una cruz para quitar esas maldiciones—esas fortalezas y esas maneras en que el diablo puede ingresar a tu vida legalmente—por eso murió así. Si hubiera sido necesario que una camioneta pickup le pasara por encima, el Señor Dios lo habría inventado en ese mismo día, o Jesucristo habría esperado un tiempo para venir y hacer lo que hizo.
El abuso que sufrió la noche anterior—todo lo que le hicieron los romanos—fue espantoso. Hicieron todo lo posible por matarlo de antemano, y lo encerraron con un grupo de soldados que eran tan viles que les encantaba matar bebés mientras sus madres observaban horrorizadas. Jesucristo tuvo que batallar para no perder su vida antes de tiempo, pues era preciso que muriera en la cruz para que tú y yo pudiéramos recibir la libertad de nuestras maldiciones.
Para Jesucristo hubiera sido mucho más fácil morir antes de ser colgado en la cruz. Sin embargo se aguantó y no soltó la vida hasta que ya estuvo en la cruz. Hasta ese momento entonces entregó su vida; la ENTREGÓ— ¡no pudieron matarlo! Así de decidido ha sido Jesucristo a favor tuyo, y todavía está bien decidido a tu favor. Si llegó hasta ese extremo para ti, ¿por qué tendrías que pensar que no podría liberarte hoy a ti, o a tus hijos, o a tu patria?
Maldito todo el que es colgado en un madero. Los otros que fueron colgados en un madero se lo merecían. Ser crucificado era absolutamente la manera peor y más maldita de morir. Ninguna madre se habría sentido orgullosa de ver a su hijo morir en esa forma, las multitudes colmándolo de insultos, burlándose de él y escupiéndole en la cara. La pena y el reproche que tuvo que llevar Él son casi incomprensibles.
Es una tragedia que en el cristianismo, por tener doctrinas favoritas, digamos que los cristianos no pueden ser maldecidos. Después de todo lo que padeció Jesucristo, seguimos agarrándonos de esa doctrina. Jesucristo murió de la manera más indescriptible y horrorosa, siendo un hombre intachable e inocente—y ¿por qué lo habría permitido?
(Gálatas 3:13-14) Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición (porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero), para que la bendición de Abraham en los gentiles fuese en el Cristo Jesús, para que por la fe recibamos la promesa del Espíritu.
(Isaías 53:5-6) Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga hubo cura para nosotros. Todos nosotros nos perdimos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas el Señor le traspuso a él el pecado de todos nosotros.
Todas nuestras iniquidades le fueron cargadas a Jesucristo y Él pagó el precio por nuestros pecados. No se justificó ni una sola vez—somos nosotros los que nos justificamos, algo que también es uno de nuestros pecados. Jesucristo lo hizo todo y debemos creer que si hay algo que Él quiere que hagamos, lo vamos a poder hacer y eso haremos—sin excusas ni justificaciones.
Cuando el Señor le dijo a Josué, “Mi siervo, Moisés, ha muerto,” le dijo que se levantara y emprendiera camino para ir a tomar la tierra. De la misma manera, Jesucristo murió colgado en un madero como un maldito para que nosotros fuéramos libres. Pero ahora nos toca a nosotros luchar por nuestra libertad de las maldiciones, o si no, vamos a tener que llevarlas encima siempre. Si por sus llagas fuimos sanados, entonces ¿por qué estamos enfermos? Porque tenemos que dar la lucha para obtener nuestra salud. Tenemos un enemigo y sus tres objetivos son: robar, matar y destruir. ¿Cuál de los tres te gusta más? ¡A mi no me gusta ninguno! No escojo ninguno, y muchas gracias.
En 1989, cuando vivíamos en el Estado de Washington, tuve algún tipo de envenenamiento fuerte en todo mi sistema. Oraba y oraba, pero me seguía agravando. Dentro de poco me puse amarillento y supe que el hígado me estaba dando muchos problemas. Seguíamos orando. Mis amigos me decían, “Carl, esto no es como un problema del riñón, en que tienes dos. Sólo tienes un hígado y si te falla, mueres. Tienes que ir donde un doctor.” Yo seguía diciendo, “Soy sano por las llagas de Jesucristo y ¡no necesito ningún médico!” El Señor bendiga a Sheila, mi esposa, porque me apoyó en esto. Estaba tan débil que no me podía levantar de la cama y por seis días entraba y salía de un coma.
Un día cuando estaba solo, escuché una risa y una voz que me decía, — ¿Por qué no aflojas? ¡De por sí vas a morir!
Era satanás y le dije, —Sí, voy a aflojar. Se lo voy a aflojar todo a Dios. Estoy esforzándome para que funcione mi fe. O me sana Dios, o me muero. Ya no me importa. Es problema de Él. — Pero seguí debilitándome cada vez más.
De repente vi en la pura cara el rostro de mi esposa y sentí que sus lágrimas goteaban en mis cachetes. Me decía, “Lo siento mucho, mi amor, pero llamé al 911.” Esto me hizo arrancar y armarme de fuerza suficiente para salir de la casa y montarme en la camioneta. Bajé de la montaña donde vivíamos y conduje la camioneta a unos terrenos bien elevados en las montañas Cascade (cascada). Deseaba llegar a uno de mis escondites favoritos donde siempre disfrutaba de buenas conversaciones con el Señor.
Tuve que ir a pie los últimos cien metros para tener una vista del Lago Espada. Pero fue trabajoso el camino y sólo pude atravesar unos pocos metros antes de caer exhausto al suelo. Volví a escuchar la misma risotada burlona y una voz que me decía, — ¡Ahora sí que vas a morir, porque nadie sabe dónde estás!
Le respondí, —Ni me importa. ¡Algo tiene que cambiar! O me sano hoy en el nombre de Jesucristo, o los coyotes me tendrán de plato principal para la cena.
Me quedé dormido en el suelo y cuando desperté, me había vuelto la fuerza. Aunque la piel todavía la tenía amarillenta, ¡estaba alabando al Señor! Salté a la camioneta y, por los caminos angostos de los leñadores, salí aventado en una nube de polvo rumbo a mi casa.
Cuando llegué a la Carretera No 2, me di cuenta que había una familia a la orilla cuyo auto estaba varado. Me sentí tan bendecido que quise ayudarles. Les dije, “Permítanme arrancarles su auto.” No decían nada—sólo me miraban con ojos raros. ¡Claro que tenía seis días de no rasurarme la barba ni bañarme y estaba amarillento!
Comprendí que me tenían miedo, pero les dije, — ¡Soy sano, soy sano, Jesucristo me sanó! Pero si no me lo creen, pónganse viento-arriba, donde no les pegue el tufo. — ¡Y eso hicieron!
No estoy seguro de lo que le hice al auto, pero arrancó y les dije, “Dios les bendiga, necesito llegar a casa.” Allí quedaron donde no les pegara mi hediondez. A como un kilómetro di la última vuelta a la montaña y los vi otra vez—parados en el mismo lugar cerca del auto, ¡donde el viento no les llevara el olor! ¡Estoy seguro que ya no están allí!
Cuando llegué a casa tuvimos gran regocijo. Sheila me contó que había llamado al 911, pero no me lo había contado, porque sabía lo que yo creía acerca de eso. Había bajado la montaña para dirigir a la ambulancia a nuestra casa, porque no sabían cómo llegar. O sea, ni siquiera estaba ella en casa cuando me pareció ver su cara cerca de la mía. ¡Gloria al Señor! Tiene que haber sido el Señor el que me dio la visión de su cara, para que arrancara de ahí.
A veces nos cuesta creer que todo ya está dispuesto por el Señor. Creo que cuando estamos enfermos, no debe ser el médico a quien llamemos primero. Nuestra primera llamada debe ser para Dios, en el nombre de Jesucristo. De ahí en fuera, podemos agarrar el frasco de aspirina o lo que sea necesario. Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia (Mateo 6:33) Por las llagas de Jesucristo fuimos sanados y si podemos creerlo, podremos ser verdaderamente bendecidos. Aunque el médico nos ayude, Dios es siempre el que nos sana.
Es algo maravilloso que cuando uno quita las maldiciones, Dios también le da a uno la revelación de la bendición que se necesita. Y entonces esa bendición empieza a ministrar en vez de la maldición. Sabes, que a veces pasa un año después de haber orado por alguien y de haberle quitado las maldiciones y haberlas reemplazado con bendiciones, cuando de repente, recibo una llamada y tengo que tratar de recordar quién era y qué fue lo que hicimos. Entonces me cuentan los líos en que estaban antes y cómo Dios les ha cambiado sus vidas. A veces uno ni siquiera puede reconocer a la persona. Hablo de las personas que antes fueron bipolares, maniaco depresivas, locas, todo tipo de persona.
La primera vez que tuvimos un caso de locura fue en una iglesia con un hombre que era bipolar. No se sanó inmediatamente, pero sí hubo evidencia de un cambio. Un día me llamó y me dijo que iba a dejar de tomar litio. Se supone que la gente bipolar tiene que tomar esta medicina de por vida.
Entonces le dije, —Bueno, ¿por qué no empiezas disminuyendo poco a poco la cantidad?
Dijo el hombre, —Carl, es que no entiendes. Uno no puede disminuir el litio poco a poco. Si lo dejas, existe la posibilidad de que te vuelvas completamente loco. O lo tomas, o no lo tomas. Y si estoy cometiendo un error, voy a hacerlo por fe, pero no lo sabré hasta que no suceda. Siento que el Señor me está dirigiendo.”
Entonces le dije, —No te puedo dar ningún consejo, hermano, pero te apoyaré en lo que tú decidas hacer.
Dijo —Te llamé porque sabía que tú me apoyarías. Ya he tomado la decisión y ya tengo cuatro días de haber dejado de tomar litio. Puede ser que en cualquier momento de las próximas seis semanas me vuelva loco.
Durante esas seis semanas oraba yo constantemente por él. Cuando satanás ya no pudo afectar su mente, le atacó los riñones y estos tuvieron un colapso. Su sistema renal completo hizo un paro, entonces oramos en el nombre de Jesucristo y Dios honró nuestra oración, dándole dos riñones nuevos.
Este hombre ha pasado por muchas aflicciones y es una de las columnas principales hoy en día en su iglesia. Es un consejero muy fuerte. Cuando primero tuvimos que enfrentarnos con este tipo de locura, no tenía yo idea de cómo iba a quedar todo. Las bendiciones siguen funcionando a pesar de que el diablo se compromete a tratar de robarlas. Pero esas bendiciones ministran con cada latido del corazón, y allí se quedarán a menos que las echemos.
Sólo hay una manera de deshacernos de las maldiciones y es la muerte. ¿Quieres deshacerte de tus maldiciones? ¡Muérete! La Biblia nos instruye que muramos a nosotros mismos, ¿no es cierto? Jesucristo murió en la cruz y llevó nuestras maldiciones, pero nosotros tenemos que morir a nosotros mismos; tenemos que morir a nuestra carne para poder quedar libres de maldiciones. Me estoy dirigiendo también estas palabras a mí mismo en este asunto. Lo que realmente tenemos que recordar es que a Dios sí le importa. Tiene un ardiente amor por nosotros, aunque no tengamos por Él la intensidad de este tipo de amor.
Cristo nos redimió de la maldición de la ley, hecho por nosotros maldición: “Maldito todo el que colgara en un madero.” Si andamos en Cristo, ¡estaremos a prueba de las maldiciones!
(Gálatas 3:14)…para que la bendición de Abraham en los gentiles fuese en el Cristo Jesús, para que por la fe recibamos la promesa del Espíritu.
Aquí es de suma importancia la fe, porque si creemos que Su promesa es mayor que nuestro problema, recibiremos la promesa de Dios. Se requiere la fe para confiar en que Dios tiene la solución. Como hemos dicho de tantas maneras en todo este libro, tenemos que arrepentirnos, pedir perdón por nuestros pecados y por los pecados de nuestros antepasados, para que siquiera se rompan las maldiciones generacionales.
(1 Juan 1:8-10) Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para que nos perdone nuestros pecados, y nos limpie de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.
¡Anota tu nombre en estos versículos! Entre las personas que estén leyendo esto, ¿hay alguno que no peca? Este versículo está en la Biblia porque la verdad es que pecamos. Cuando pecamos, nos abrimos al enemigo para que nos imponga maldiciones. Pero tenemos a un abogado con el Padre que está listo para defendernos ante el trono de Dios.
(1 Juan 2:1) Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, Abogado tenemos delante del Padre, a Jesús, el Cristo justo.
Vamos a tropezar si no nos amamos unos a otros, y por eso el diablo trata con tanta fuerza de conseguir que nos juzguemos unos a otros. Al fin y al cabo, si puedo encontrar en ti un pecado, tú no te atreverás a enfrentarme, porque te podré regresar la manotada. ¡De hecho se da esto entre el pueblo de Dios! ¿Quién crees que maquinó esto?
(Romanos 12:9-10) El amor sea sin fingimiento, aborreciendo lo malo, llegándoos a seguir lo bueno. Amando la caridad de la hermandad los unos con los otros; previniéndoos con honra los unos a los otros.
Un buen día manejaba yo por la carretera cuando tuve una visión. Vi un tubo grande que bajaba, obviamente del cielo, y del cielo salían cosas buenas—bendiciones. Fijando más la vista, ¡de repente noté que las bendiciones empezaban a regresar por el tubo! ¡Echaron marcha atrás—se fueron! Entonces, vi unos pequeños anzuelos que los enganchaban y los jalaban para arriba. Le pregunté al Señor, “¿Qué es esto?”
Me respondió: —Esos anzuelos representan la falta de perdón. Amo a mi pueblo y bendigo a mi gente, contestando sus oraciones. Pero hacen cosas que le dan a satanás el derecho legal de robar esas bendiciones, sin importarle que digan un “lo siento”.
¿Quieres deshacerte de las maldiciones en tu vida? ¡Empieza con el perdón! Es obligatorio perdonar. Siempre habrá quien nos maltrate, pero es nuestra responsabilidad perdonar, para nuestro propio bien. No puedes decir que amas a alguien si no puedes perdonarlo a él o a ella. Tenemos que esforzarnos por amarnos unos a otros. Esto es difícil pero tenemos que participar uno con el otro. ¿Tienes a alguien con quien te cuesta llevarte? Pasa un rato con esa persona, hazle un favor. Si nos esforzáramos más para llevarnos bien unos con otros, habría un cambio drástico en nuestras relaciones.
Todo este libro Cambiemos las Maldiciones a Bendiciones se puede resumir en una sola palabra: AMOR.
(1Corintios 13:13) Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.
Lo mejor que podemos hacer en esta vida es amar. Eso abrirá las puertas a la libertad, y si realmente amamos a las personas, no vamos a sentir temor de contarles acerca de Jesucristo. Si de verdad los amamos, tampoco tendremos temor de ofrecerles sanidad, porque tomaremos ante ellos la posición del amor: “El mayor de ellos es el amor”— ¡es lo más importante!