Capítulo 8: Maldito por la desobediencia

Christian Faith International Ministries

 

CAMBIEMOS LAS MALDICIONES A BENDICIONES

CARL L. FOX

 

Capítulo 8

Maldito por la desobediencia

Naamán era general del ejército del rey de Siria y un gran hombre y valeroso, pero tenía lepra. Llegó un día donde Eliseo, el hombre de Dios, para ser sanado y Eliseo le había dicho que para ser curado se tendría que lavar en el Jordán siete veces. Al principio a Naamán no le gustó la idea de lavarse en un río sucio, pero cuando finalmente lo hizo, recibió su sanidad. Quiso entonces pagarle al hombre de Dios por la sanidad de la lepra, pero el profeta lo despachó. Sin embargo, su siervo Giezi decidió que sabía más que Eliseo y lo desobedeció. Esa acción resultó en una maldición sobre él.

(2 Reyes 5:26-27) Él entonces le dijo; ¿No fue también mi corazón contigo, cuando el hombre volvió de su carro a recibirte? ¿Es tiempo de tomar plata, y de tomar vestidos, olivares, viñas, ovejas, bueyes, siervos y siervas?

Por tanto, la lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre. Y salió de delante de él leproso, blanco como la nieve.

Giezi había desobedecido al hombre de Dios, que era lo mismo que desobedecer a Dios, y recibió la misma lepra de la cual había sido librado Naamán. Cuando no cumplimos la voluntad del Señor, siempre nos trae maldiciones, como ya hemos visto.

EL DIABLO ES MALDITO

Dios maldijo al diablo, esa serpiente astuta, por su desobediencia en el huerto de Edén.

(Génesis 3:14) Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás más que todas las bestias y que todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida.

En los tiempos del Génesis Dios le dijo lo siguiente al diablo, y sigue siendo la verdad hasta hoy día: “…y polvo comerás todos los días de tu vida”.

Tú tienes la autoridad en Cristo de herirle la cabeza al diablo porque anda de panza, arrastrado. ¡Ni siquiera tienes que saltar hacia arriba para herirle la cabeza y hundirla! Está de panza, en el polvo. Oye, si empieza a causarte problemas y si tú te decides a apoyarte en la Palabra, ¿sabes lo que pasará? ¡Podrás llenarlo a él de polvo! ¿Por qué crees que Jesucristo les dijo a sus discípulos, a la hora de enviarlos a evangelizar, “Si te rechazan, quita el polvo de tus pies”? Era simbólico; representaba una maldición impuesta sobre esa aldea.

¿Sabes lo que ha pasado en el cristianismo? Le hemos dado mucha pelota al diablo con comentarios como, “Ay, el diablo sí que me tiene bajo ataque,” y “El enemigo me afectó mucho esta vez.” Cuando el diablo escucha semejantes declaraciones, puede decir, “¡Si, dame más alabanzas! ¡Dame más alabanzas!” Si eres culpable de esto, arrepiéntete y sepa que “…mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo” (1 Juan 4:4).

Esto lo hemos pasado por alto, pero Jesucristo no dejo por fuera nada. Él venció al diablo. Le estamos permitiendo que se apodere de nuestros hijos y que se apodere de nuestra nación, cuando el diablo no tiene más poder que el que nos ha robado. Jesucristo dijo en Juan 10:10: El ladrón no viene sino para hurtar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.

Desde el puro principio de la creación, en Génesis 3, la venida de Jesucristo fue muy claramente profetizada por el Señor:

(Génesis 3:15) Y enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañal (el talón).

Tenemos la autoridad para herir la cabeza del diablo, ¡y no sólo herirla, sino hundirla! ¿Jamás has tenido moretones en la cabeza? En mis tiempos he tenido unos cuantos ojos morados y entiendo lo que es tener una cabeza maltratada. Cuando recibes un golpe a la cabeza, no te puedes quedar de pie. Con la autoridad que tenemos, por Jesucristo, le damos una paliza rotunda a la cabeza del diablo. ¡Es hora de retomar el terreno que nos perteneció en un principio!

(Juan 14:12) De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, también él las hará; y mayores que éstas hará…

Si va a haber una batalla, ¿qué es peor, un moretón en la cabeza, o uno en el talón? En una batalla tú tienes la ventaja, pues tienes una promesa del Señor: “Cristo en ti, la esperanza de gloria”. Si tienes a Jesucristo eres hijo de Dios; o sea, esto tiene que ver con tomar tu posición y poner al diablo en su lugar, o sea, en el polvo de la tierra. Esta es una maldición que no debemos romper, porque el diablo va a recibir los resultados de todo su engaño.

 

MALDICIONES IMPUESTAS POR PARIENTES

¿Te ha maldecido un familiar alguna vez? ¡Por supuesto que sí—a todos nos ha pasado! Abuelita Eva y Abuelito Adán son de nuestra línea de sangre, y cuando Dios los maldijo por su desobediencia, a todos nos cayó la misma maldición.

Maldiciones que vienen de la tatarabuela Eva

(Génesis 3:16) A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera tus dolores y tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y a tu marido será tu deseo, y él se enseñoreará de ti.

Dios le dijo a la mujer que durante el parto se le multiplicaría su dolor, además de la dificultad, confusión y tristeza. Como lo sabe cualquier mujer que ha dado a luz, el embarazo y el parto son periodos muy difíciles, porque hay una maldición sobre la mujer, en que tendrá dolor en ese evento. Además, hoy en día tenemos el SPM (síndrome premenstrual), que es también parte de esa maldición originada en la caída de Adán y Eva. Según me dicen las mujeres, ahora es peor; tal vez porque hay más maldad en el mundo, o quizás por el derramamiento de sangre inocente en los abortos.

Maldiciones que vienen del tatarabuelo Adán

(Génesis 3:17) Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por amor de ti: con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.

Los hombres no tienen que sentir que los hicieron a un lado, porque ellos también recibieron maldición. Esto es sumamente importante. Tienes que escuchar a Dios aunque tu esposa se enoje contigo. Si tomas tus decisiones de acuerdo a lo que dice la Palabra, ella recapacitará. Pero si te das por vencido y haces la voluntad de ella, vas a tener líos. Nuestro trabajo arduo y nuestro dolor actual son resultado de lo que hizo Adán en ese momento.

(Génesis 3:18-19) Espinos y cardos te producirá, y comerás hierba del campo. En el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo serás tornado.

Esta es la maldición que recibimos, gracias al tatarabuelo Adán. Una vez que Dios había maldecido a Adán, se volvió demasiado duro el trabajo del hombre, como se puede ver fácilmente en el sudor de nuestro trabajo laborioso. Hay gente que me ha dicho que no es cosa grave desobedecer a Dios, pero por esa maldición del primer hombre, aquí estamos todavía sudando la gota gorda. No nos queda más que trabajar así, si queremos recibir el pago suficiente para poder cuidar de nuestras familias. Al fin y al cabo ¿quién obtiene dinero por no hacer nada?

Hay días en que regreso a casa tan cansado que no puedo ni disfrutar de la cena. Mi esposa se pone a pensar, “Ni siquiera agradece que he trabajado tanto para preparar esta cena.” Pero es por lo duro del trabajo de ese día, y pasar días así es resultado de la desobediencia de Adán contra Dios, un asunto muy grave. El precio de la desobediencia es atroz, no sólo para nosotros, sino para nuestros hijos. Es más, va a empeorar si no nos arrepentimos.

 

MALDICIONES DEBIDAS A LA IDOLATRÍA

Hay un solo Dios. Pero si quieres tener enemigos, quítale los ídolos a alguien, porque hay quienes matan por eso. Mis antepasados vinieron de Irlanda, donde los ingleses decidieron que querían dominar esa verde isla, aprovechándose de la religión. Hoy en día, por el nombre de Jesucristo esta misma gente se mata una a la otra, los dos lados—los anaranjados y los verdes. Pasa en todas partes del mundo. Falta no más ir a Bosnia o a Kosovo para ver una guerra que ha durado mil años gracias a la idolatría.

Anotado en Génesis 31 está un asunto de la maldición que recibió alguien por robarse los ídolos de otro. Este fue el caso de Jacob y Raquel, quienes se habían fugado de la casa del padre de ella e iban de camino a Caná. Jacob había tenido que trabajar muy duro por catorce años para poder casarse con Raquel, el amor de su vida y prometida por su suegro. Pero al final tuvo que sudarla siete años más de la cuenta para ganarse a Raquel, gracias a la trampa de su suegro Labán, quien le dio primero su hija mayor. ¡Se me hace que Labán no quería perder un buen empleado! Pero Jacob y su familia, ansiosos de no estar más con este familiar, salieron en secreto a medianoche y, de paso, Raquel se llevó algunos de los ídolos de su papá.

(Génesis 31:30-31) Y ya que te ibas, porque tenías deseo de la casa de tu padre, ¿por qué me hurtaste mis dioses?

Respondió Jacob y dijo a Labán: Porque tuve miedo; pues dije, por ventura me robarías tus hijas.

Labán no era buen suegro y, por eso, Jacob temía que vendría a robarle sus hijas, por las que había trabajado tanto.

(Génesis 31:32) Aquel en cuyo poder hallares tus dioses, no viva; delante de nuestros hermanos reconoce lo que yo tenga tuyo, y llévatelo. Jacob no sabía que Raquel los había hurtado.

Este es el momento en que, sin saberlo, Jacob maldijo a su mujer. Decir las cosas es fácil, pero no puedes devolver la bala a la pistola una vez apretado el gatillo. La bala tiene un iniciador que produce la chispa para hacer estallar la pólvora, y jamás se puede devolver. Piensa en eso cada vez que hables a la ligera.

Este principio afectó mucho a Jacob, porque como resultado de sus palabras perdió a su esposa. Jacob la había maldecido hasta la muerte—maldijo a su preciosa mujer. Raquel, al salir de donde su papá, se había robado las imágenes favoritas de él y, por supuesto, él llegó en su busca porque eran sus imágenes favoritas. No llegó para preguntarle a Jacob, “¿Por qué te fuiste?” Lo que dijo fue, “¡Te llevaste mis dioses!”

(Génesis 31:33) Entró Labán en la tienda de Jacob, en la tienda de Lea, y en la tienda de las dos siervas, y no los halló; y salió de la tienda de Lea, y entró en la tienda de Raquel.

Primero entró Labán a las tiendas de las personas de quienes más sospechaba y así en su orden, sin ir a la tienda de su hija favorita hasta al final. Jamás pensó que fuera ella la que habría hecho tal cosa.

(Génesis 31:34) Pero tomó Raquel los ídolos y los puso en una albarda de un camello, y se sentó sobre ellos; y buscó Labán en toda la tienda, y no los halló.

La albarda no era ni un sofá ni una mesa. Era un armazón grande que montaban sobre un camello para cargar cosas pesadas, y cuando el camello no la andaba puesta, la guardaban dentro de la tienda.

(Génesis 31:35) Y ella dijo a su padre: No se enoje mi señor, porque no me puedo levantar delante de ti; pues estoy con la costumbre de las mujeres. Y él buscó, pero no halló los ídolos.

Raquel fingió como si reverenciara a su padre, pero las buenas palabras no siempre representan un corazón puro. ¿Cómo podría haber pensado que él era su señor, haciéndole tal cosa? Le dijo que estaba en su ciclo de menstruación, pero probablemente no era cierto.

Según las costumbres de esos tiempos, el ciclo menstrual hacía a la mujer impura y no se le podrían acercar los hombres. Raquel le dijo eso a su padre, sabiendo que él la respetaría y no insistiría en buscar más. Pensó que lo había engañado muy hábilmente, porque no encontró los ídolos escondidos debajo de su asiento. Pero veremos lo que dice la Palabra de Dios.

(Génesis 31:36) Entonces Jacob se enojó, y riñó con Labán: ¿Qué trasgresión es la mía? ¿Cuál es mi pecado, que has seguido en pos de mí?

De hecho, ya estaba comprobado que Labán se había equivocado, porque no encontró los ídolos. Entonces se envalentó Jacob. Lástima que no hubiera tenido la pasta para plantársele a su suegro desde un principio, porque nada de lo que sucedió hubiera pasado. Y debido a sus temores maldijo a su esposa hasta la muerte. Raquel solo sobrevivió por cuatro capítulos más del libro de Génesis.

(Génesis 35:16-19) Después partieron de Bet-el; y había aún como media legua de tierra para llegar a Efrata, cuando dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto.

Y aconteció, como había trabajo en su parto, que le dijo la partera: No temas, que también tendrás este hijo.

Y acaeció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni, mas su padre lo llamó Benjamín.

Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén.

Murió porque Jacob había dicho que “quienquiera que haya robado tus dioses, ¡que muera!” Efectivamente, la maldición tuvo efecto. Uno tiene que tener muchísimo cuidado de no maldecir a quien sea una persona muy querida. Sería mejor que cuando vayas a decir cosas odiosas, te muerdas la lengua. No hagas declaraciones por temor, pues en Santiago 3:10 dice: “De una misma boca proceden bendición y maldición”. Tenemos el privilegio de escoger lo que vamos a decir. También nos dice la Biblia que vamos a ser juzgados por toda palabra ociosa, o inútil, o vana, que digamos. Estas cosas no van a pasar ni desapercibidas ni desatendidas. ¡Gracias a Dios por la opción que tenemos de arrepentirnos!

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